Si este post fuera la
transcripción de una charla paralela a una partida de dominó, el lector
encontraría en él una explicación clara y certera de por qué la economía
austriaca es triple A y la española es el no-ser, la antimateria, un agujero
negro que absorbe todo su entorno y lo convierte en basura interestelar. El argumento
sería relativamente sencillo y se basaría en hacer un juicio sobre la economía austriaca partiendo de la propia experiencia de Edgar. En apenas unos meses, a
Edgar le han negado las ventajas económicas de un parado por ser extranjero, le han hecho pagar por devolver un libro con un día de retraso en una
biblioteca pública y le han hecho abonar los 50 euros que paga todo inmigrante
por el hecho en sí de inmigrar, más la multa correspondiente por no haber
podido realizar ese trámite a tiempo. Hace unos días apareció una noticia de un
chico que ha tenido que pagar 400 euros de multa por recorrer en bici 10 metros de una
acera de Viena y porque su bici no tenía timbre ni luz trasera. Edgar leyó esa
noticia sorprendido de que no fuera él mismo el multado. Paralelamente
descubrió que en el servicio de objetos perdidos de la principal compañía de
ferrocarriles hay que pagar entre 7 y 15 euros para recuperar el objeto que tan
altruistamente te han guardado. La conclusión de ese post sería que Austria es
un país rico porque le hace pagar caro a sus habitantes cualquier tipo de error
y cualquier tipo de servicio, y que por lo tanto España, con su austeridad, sus
copagos, sus privatizaciones, sus recortes en bienestar y educación, su
severidad policial o su creciente opresión de la clase media y los inmigrantes,
lleva el rumbo correcto.
Luego
habría terminado la partida de dominó, encenderíamos unos puros y pondríamos las
noticias para escuchar las verdades que dice Luis de Guindos sobre la imprescindible
miseria de la economía española. Y por fin esperaríamos a la final de la
Champions. Porque el fútbol es nuestro consuelo, nuestra catarsis. Esperaríamos
a la final de esta noche sin darnos cuenta de que, sorpresa, no hay ningún
equipo español en la final la copa de Europa. Esperaríamos mientras alguien nos
pone un dedo en el ombligo para señalarnos que, a pesar de todas las reformas, aún
no nos parecemos lo suficiente a ellos, a los austriacos, los alemanes. Nos
señalarían el ombligo con un dedo acusador y lo estaríamos mirando. Lo estaríamos
mirando tanto que nos encogeríamos cada vez más, cada vez más encorvados hacia
dentro. ¿Por qué nos señalan el ombligo? Nos retorceríamos hacia dentro con
una contorsión dolorosa, al límite de la elasticidad, sin darnos cuenta de que
de tanto doblar la cerviz nos estamos transformando en una esfera, sin darnos
cuenta de que Ángela Merkel corre embravecida hacia nosotros. Sí, los españoles
seguimos en la Champions, somos el balón del ultimo penalti, y Ángela Merkel corre hacia nosotros con los ojos encendidos, con la furia de un toro en su rostro, dispuesta a
endosarnos una soberana patada y hacernos salir del juego de manera violenta y
con un vuelo absurdo, imparable y memorablemente
desorbitado: como el del penalti de Ramos.
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