sábado, 19 de mayo de 2012

Capítulo 33. En qué se parecen Ángela Merkel y Sergio Ramos





Si este post fuera la transcripción de una charla paralela a una partida de dominó, el lector encontraría en él una explicación clara y certera de por qué la economía austriaca es triple A y la española es el no-ser, la antimateria, un agujero negro que absorbe todo su entorno y lo convierte en basura interestelar. El argumento sería relativamente sencillo y se basaría en hacer un juicio sobre la economía austriaca partiendo de la propia experiencia de Edgar. En apenas unos meses, a Edgar le han negado las ventajas económicas de un parado por ser extranjero, le han hecho pagar por devolver un libro con un día de retraso en una biblioteca pública y le han hecho abonar los 50 euros que paga todo inmigrante por el hecho en sí de inmigrar, más la multa correspondiente por no haber podido realizar ese trámite a tiempo. Hace unos días apareció una noticia de un chico que ha tenido que pagar 400 euros de multa por recorrer en bici 10 metros de una acera de Viena y porque su bici no tenía timbre ni luz trasera. Edgar leyó esa noticia sorprendido de que no fuera él mismo el multado. Paralelamente descubrió que en el servicio de objetos perdidos de la principal compañía de ferrocarriles hay que pagar entre 7 y 15 euros para recuperar el objeto que tan altruistamente te han guardado. La conclusión de ese post sería que Austria es un país rico porque le hace pagar caro a sus habitantes cualquier tipo de error y cualquier tipo de servicio, y que por lo tanto España, con su austeridad, sus copagos, sus privatizaciones, sus recortes en bienestar y educación, su severidad policial o su creciente opresión de la clase media y los inmigrantes, lleva el rumbo correcto.
Luego habría terminado la partida de dominó, encenderíamos unos puros y pondríamos las noticias para escuchar las verdades que dice Luis de Guindos sobre la imprescindible miseria de la economía española. Y por fin esperaríamos a la final de la Champions. Porque el fútbol es nuestro consuelo, nuestra catarsis. Esperaríamos a la final de esta noche sin darnos cuenta de que, sorpresa, no hay ningún equipo español en la final la copa de Europa. Esperaríamos mientras alguien nos pone un dedo en el ombligo para señalarnos que, a pesar de todas las reformas, aún no nos parecemos lo suficiente a ellos, a los austriacos, los alemanes. Nos señalarían el ombligo con un dedo acusador y lo estaríamos mirando. Lo estaríamos mirando tanto que nos encogeríamos cada vez más, cada vez más encorvados hacia dentro. ¿Por qué nos señalan el ombligo? Nos retorceríamos hacia dentro con una contorsión dolorosa, al límite de la elasticidad, sin darnos cuenta de que de tanto doblar la cerviz nos estamos transformando en una esfera, sin darnos cuenta de que Ángela Merkel corre embravecida hacia nosotros. Sí, los españoles seguimos en la Champions, somos el balón del ultimo penalti, y Ángela Merkel corre hacia nosotros con los ojos encendidos, con la furia de un toro en su rostro, dispuesta a endosarnos una soberana patada y hacernos salir del juego de manera violenta y con un vuelo absurdo, imparable y memorablemente desorbitado: como el del penalti de Ramos.








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