sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo 19. Sobre la estupidez (segunda parte)




Saul Bellow hizo una visita a la España de la posguerra. Una España tan estúpida que tenía todos sus recursos económicos invertidos en militarizar la calle, en controlar a la población, en reprimir cualquier conato de disidencia. Una España fascista que recibía a un escritor norte americano con pleitesía, sin darse cuenta de que el señorito Bellow era simpatizante de los partisanos. Él mismo describe, en uno de los ensayos recogidos en Todo cuenta, cómo recibe favores de fascistas que ni siquiera se plantean que él los pueda percibir como a burdos agentes de una dictadura primitiva. Saul Bellow sólo constata la estupidez nacional de un determinado momento histórico. Pero desde una perspectiva actual, más de uno podría sospechar que si seguimos sintiéndonos ciertamente atrasados, por comparación a otros países europeos, es porque hemos vivido durante más de 40 años en el orden social más estupidizante que se puede imaginar.

No obstante, todo es relativizable. Como alguien ha dicho en un comentario al capítulo anterior, “la estupidez es patrimonio universal de la humanidad”.  Entonces, quizá el truco está en saber disimularla. Y dicen , en ese sentido, que los austriacos han sido muy hábiles, al conseguir que muchos creamos que Einstein era austriaco, y que Hitler era alemán.  Chapó. Edgar se lo había creido.

Pero hay una explicación antropológica para la estupidez mundial emergente. El antropólogo Michael Herfeld lo llama la “estupidización” por rechazo de los artesanos y los académicos[1]. Su hipótesis es que está emergiendo una esfera cognitiva hegemónica en la que se rechaza cualquier tipo de complejidad, ya sea una complejidad incorporada en los saberes artesanales o una complejidad expresada en razonamientos intelectuales. Quienes dominan el mundo exhortan a la defensa de una estupidez que rechace cualquier manifestación del pensamiento complejo. Sofisticados filósofos afrancesados y pragmáticos tejedores de figuritas de mimbre son ahora metidos en el mismo barco, y mandados a freir esparrágos, por decir o hacer cosas que no pueden entenderse con las herramientas explicativas de un discurso de Esperanza Aguirre, o con la complejidad sinóptica de un manual de instrucciones de Ikea.

Teorías a parte, los tres primeros días de Edgar en Viena estuvieron copados por el montaje de un armario que habían diseñado unos carpinteros Croatas. Se suponía que se montaba en dos horas, pero Edgar tardó tres días. Había cincuenta tipos de tornillos y algunos se diferenciaban entre ellos en un par de milímetros de longitud. Si ponías uno mal, el efecto del caos hacía que todo el armario saliera al revés. El resultado fue un mamotreto cuyas puertas no cierran, sus cajones se salen y el espejo se cae.

Lo que Edgar aun no ha conseguido esclarecer es si él es estúpido o es que los carpinteros croatas son demasiado cracks. 

¿Qué es lo que falla?














[1] HERFELD, Michael 2007. «Deskilling, ‘Dumbing down’ and the auditing of knowledge in the practical mastery of artisans and academics: an ethnographer’s response to a global problem». En Ways of Knowing. New Approaches in the Anthropology of Experience and Learning. pp. 91-110. Harris, Mark (ed.). New York: Berghahn Books.

2 comentarios:

  1. Hola Edgar! No puedes imaginarte lo consoladora que ha sido esta entrada para mí. De corazón te lo digo. Recuérdame que, de bloguero a bloguero,y de noble conspirador a noble conspirador, te debo una.

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  2. ¡Epa, Paco!

    No te confíes, que igual mañana me pilla un día girado y te escribo otro que te deja tirao por los suelos... ;)

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